Estoy enamorado de ti

25.02.2023

     Abrí los ojos sin saber qué hora era, aún estaba oscuro. El azul de la luz en los números del despertador me miró instigándome a tomar consciencia de que había vuelto a la realidad abandonando el mundo onírico demasiado pronto, sólo marcaba la una y media de la madrugada. Me deshice del edredón y mi cuerpo desnudo titiritó con el frescor de la noche, y esa desnudez fue la primera vez que mi memoria te evocó, que vino a mi mente el momento del primer anochecer que me metí en tu cama, sin ropa los dos, sintiendo la piel, su calor, su suavidad. Entonces también era invierno, más invierno incluso, también hacía frio, tu lecho aún era tan extraño como tu cuerpo, pero me sentí a gusto, como si hubiese encontrado mi sitio, como si hubiese estado vagando toda la vida buscando mi destino, y mi destino estuviese entre aquellas mantas, a tu lado. Y aunque no hubo sexo, fue la primera vez que me hiciste el amor.

Me levanté, sin ningún propósito más allá del de no pensar en ti, y salí a la solana a fumar un cigarro. A través de la celosía podía contemplar las estrellas, y caí en la cuenta de que aquella semana no había mirado al cielo, ni una vez, que mi rey sol había caminado a mi lado todo el tiempo, no había necesitado contemplar la bóveda celestial porque la belleza había descendido a la tierra y se había fijado en este mortal. Recordé vehementemente los días de lluvia paseando por la ciudad, cogidos de la mano, no con ánimo de llamar la atención, sino de no separarnos no nos fuésemos a desorientar en la vorágine del mundo moderno, no fuéramos a perder la perspectiva, por si extraviábamos al otro y a nosotros mismos al soltarnos. Te maldije cuando el frío me hizo regresar a la realidad; otra vez habías vuelto a mi hoy a pesar de todos mis esfuerzos por convertirte en ayer, una llamada de teléfono la tarde anterior te había bastado para que mi presente se hundiese bajo una marea de recuerdos de hacía un año que inundaban mis deseos de futuro.

Regresé a la cama, un templo que aún no habías mancillado con tu sacra presencia, huyendo de tu calor, escapando de ti. Pero de nada sirvió, bastó echarme encima la ropa para que evocara el peso de tu cuerpo sobre mí, poseyéndome, haciéndome tuyo, logrando que me entregara sin complejos, tal y como soy. Y te odié por no ser verdad, por ser sólo un recuerdo en mi memoria, por haber tatuado mi piel con cada centímetro de la tuya, por haberte dado y haberme hecho creer que sería para siempre para desterrarme cuando te plugo a la vida que había vivido antes de ti, la que vivía después, una vida que nunca me había satisfecho aunque yo no lo sabía, nunca había sido consciente, pero que tú habías colmado de vacíos. La cama se volvió enorme, falta de sentido si no era para compartirla contigo, y sentí deseos de decirte todo aquello que pasaba por mi mente, todo lo que las remembranzas de ti me empujaban a gritar. Lo hice, en voz baja, pero lo hice, te dije todo aquello que necesitaba lanzar al aire, todo lo que tú necesitabas saber para darte cuenta de cómo me habías dejado con tu ausencia, que tu calor se había enfriado en el destierro de ti, pero quedando aún un reducto de tu incandescencia en mi corazón, en mi sexo, en mi alma. Te confesé todo aquello que nunca me había atrevido a decirte a la cara por si me rechazabas, por si no sentías lo mismo, por si destruías esta quimera que había levantado en siete días contigo, en siete noches junto a ti. Lo hice de una forma sencilla pero plena, sin dejar lugar a dudas, sin velos que pudiesen esconder ni uno solo de mis sentimientos entre los pliegues de las palabras, con la frase más simple pero más sincera. Solo cerré los ojos, te imaginé a mi lado y te dije "estoy enamorado de ti".

©Pol Varela / Todos los derechos reservados
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